Los planetas de nuestro sistema solar ejercen una influencia energética, es un hecho cierto desde hace mucho tiempo. Cada planeta influye primero en el signo del zodiaco que le está asociado pero también en los demás signos. De esta manera, Mercurio es el planeta de la inteligencia y de la comunicación sutil.

El “Mensajero de los Dioses

De hecho, en la mitología griega, Mercurio se llamaba “el mensajero de los Dioses”, ya que su energía vibratoria nos facilita el acceso a un plan superior, divino…

Es un planeta vinculado a su capacidad mental, y más precisamente a su liberación. Concierne nuestra capacidad en evolucionar y transformarnos para llegar a ser mejores. Mercurio nos recuerda constantemente que todos tenemos una “chispa divina” dentro de nosotros y que tenemos que mejorar cada vez más para que brille esta chispa.

Mercurio rige la comunicación, los intercambios, las relaciones, los viajes. Lleva también el título de “sede de la iluminación” porque tiene una gran influencia en el desarrollo de la intuición.

Un planeta “neutro”… en apariencia

A diferencia de otros planetas como Venus, planeta femenino, o el Sol, masculino, Mercurio se considera “neutro”. Cuidado, no quiere decir que su acción sea neutra, porque ésta se hace sentir en su vida cotidiana y en su personalidad.

Es dominante en los signos de la Virgen y de Géminis, pero también influye en todos los demás signos en una medida más o menos importante, según los años y las configuraciones astrales globales.

Si se trata de su planeta dominante, Mercurio puede conferirle un temperamento nervioso, vivo. No se deje sumergir por su lado ligeramente impulsivo e irritable, la energía de este planeta se debe “dominar” y utilizarse de manera equilibrada.

En su calidad de planeta de los intercambios y de la comunicación, interviene mucho en las relaciones amistosas, profesionales o familiares y puede ser el amo de su vida social.

Como Mercurio está estrechamente vinculado al desarrollo intelectual y a la evolución de la capacidad mental, su influencia se hace particularmente sentir durante la adolescencia, cuando la curiosidad intelectual está en su punto máximo.